Las fiestas patronales se celebran el día 16 de septiembre, en honor a San Cipriano. Durante estas, se realizan verbenas populares, degustaciones gastronómicas, actividades deportivas, juegos tradicionales, y por supuesto, varias misas y procesiones dedicadas al Santo. Estas fiestas concentran a un gran número de gentes, que vuelven al municipio de sus padres y abuelos para celebrar en familia y como antaño las costumbres de San Ciprián.
Otras de las fiestas que reúnen a todos los vecinos son: la de la Virgen del Rosario, que se celebra en octubre, y el Reinado, que se realizaba entre el 5 y el 10 de enero, aunque, durante los últimos años, se ha ido perdiendo su realización. Antiguamente, solo participaban los mozos varones del pueblo, pero al ser muy pocos estos, empezaron a participar todos los vecinos, tanto niños y mujeres, como mayores.
La víspera de reyes por la tarde, los mozos iniciaban el recorrido por las casas, acompañados por la música tradicional de las gaitas, los tambores y el bombo. Casa por casa, se agrupaban en la calle frente a la puerta de entrada y, una vez saludada la familia, solicitaban el permiso para cantar el villancico. Este se cantaba en coro, animado con el sonido de los instrumentos, y comenzaba así: “De oriente salen los reyes, los tres en compañía, no preguntan por posada, ni tampoco por comida, preguntan por los portales, donde Dios nacido había. Al día siguiente, día de Reyes por la mañana, volvían a efectuar el mismo recorrido, para recoger el aguinaldo, que consistía en productos de la tradicional matanza.
Entre ellos elegían a votación rey y reina de las fiestas, ambos varones, por lo que el elegido como reina se disfrazaba de dama, y a caballo presenciaba el espectáculo de la plaza. El ultimo día el rey de la fiesta vestía un antiguo traje militar. Su compañero, la reina, un elegante vestido y calzado con zapatos de tacón alto. Sobre las cuatro de la tarde, ambos recorrían el pueblo a caballo, acompañados del público y la charanga. El cortejo se dirigía a la plaza, donde el público se acomodaba para presenciar los siguientes acontecimientos. Por la calle sur de la iglesia, se aproximaba un jinete, a lomos de un burro, vestido con un traje harapiento y portando una bandera, y se dirigía al encuentro del rey. Este era el rey del año anterior y tenía que entregarle la bandera al nuevo rey, pero se resistía. Después de un forcejeo entre reyes caballo y burro, el nuevo rey conseguía arrebatarle la bandera. Desolado y angustiado ante la derrota, el viejo rey sufría un colapso, desmayándose en los lomos del burro.
Vestido de blanco y con largas barbas blancas, acudía un anciano doctor a socorrer al viejo rey, quien, mediante unas cómicas intervenciones, intentaba reanimar al viejo rey, entre burlas y carcajadas de los espectadores. Minutos después todos se dirigían al local del baile para efectuar el Baile del Ramo con las chicas. Cada una tenía que bailar con el rey, sujetando el ramo por la empuñadura, la chica con su mano derecha y el rey con la izquierda.
En cuanto a sus tradiciones, San Ciprián sigue manteniendo vivas algunas de ellas, como la matanza del cerdo, a partir del 11 de noviembre. Esta era uno de los grandes acontecimientos en las tierras de Castilla y León, ya que reunía a toda la familia y solía durar dos o tres días. Durante esos días todos los familiares y vecinos ayudan en las labores y comen productos de la matanza. Estas labores consisten en matar al cerdo, desangrarlo, chamuscarlo, abrirlo en canal y destazarlo para, posteriormente, hacer adobos, chorizos, morcillas, hojas de tocino, jamones, paletillas, lomos etc.
Tampoco hay que olvidar otras manifestaciones del patrimonio inmaterial de la zona, como son las historias de contrabando. Y es que, en tiempos remotos, los lugareños más arriesgados vieron en la proximidad con Portugal la solución para paliar las necesidades de los años de postguerra en los que escaseaba todo. De ahí que hayan dejado un reguero de historias y aventuras, donde se cuenta cómo, en noches de correrías, burlando a los guardias por los montes, los sanabreses volvían a sus casas cargados de café, tabaco, toallas, sábanas, harina, pan, legumbres… Siempre pendientes de no tropezar con sus vigilantes. El paso del tiempo, el aumento del nivel de vida en la comarca y el fin de las fronteras han transformado los caminos del contrabando en rutas de senderismo para disfrutar de la naturaleza. No obstante, aún se siguen contando estas historias, contribuyendo así a su mantenimiento.